Agujeros en la cortina

Mishkán
Mishkán

Después de recibir los 10 Mandamientos en el Sinaí, Moisés es comandado a levantar el Mishkán, el Tabernáculo Sagrado. Allí guardarían las Tablas del Pacto en un sector llamado Kodesh HaKodashim, el Sancto Sanctorum. Sería el lugar más elevado espiritualmente de la Tierra. Nadie podría ingresar más allá del Parojet, la Cortina Sagrada que separaba el Kodesh HaKodashim del resto de la Tienda. Sólo podría hacerlo, con una serie de rigurosas determinaciones, el Sumo Sacerdote. Era el lugar donde residiría la Shejiná, la Presencia Divina. El Dios Único, Creador de todo el Universo, se encontraría con su Creación en esa Tienda en medio del desierto. Los místicos enseñan que en los cielos existe un Mishkán Celestial del cual el construido por Moisés, era replica en la Tierra.

Varios siglos después, los sabios del Talmud desarrollaron un extenso catálogo detallando los diferentes trabajos que se necesitaban para poder construir el Mishkán. La lista incluye un total de 39 acciones necesarias para la confección de maderas, telares, pinturas y demás utensilios para montar el Tabernáculo. Extrañamente, son justamente esos mismos 39 trabajos los que los sabios también decretaron como prohibidos de realizar durante el Shabat (el día sagrado del Sábado). En Shabat no estamos llamados a construir un Mishkán. Shabat es el alimento espiritual para hacer de nuestra misión, la construcción del Mishkán a lo largo de la semana. En Shabat nos llenamos de tiempo sagrado para diseñar la manera en que vamos a hacer del mundo un Mishkán, un lugar sagrado.

Uno de los 39 trabajos de la lista llama la atención de los Rabíes (Talmud Bavli, Tratado de Shabat 75a). Es el llamado “Koreah” o “Rasgado”. Los Sabios discuten acerca del origen de este trabajo. No logran encontrar en qué momento de la construcción del Mishkán podría ser necesaria dicha acción. Es entonces, dos sabios a la vez dan con la respuesta. Rabah y Rabi Zeira explican que cuando un pequeño gusano comía parte de la Cortina Sagrada del Kodesh Hakodashim, dejaba un agujero. Para poder repararla debían primero rasgar la tela del Parojet para entonces, volver a unir los hilos al coserla.

La explicación sería ridícula e innecesaria si no fuera por la enseñanza que nos regala para cada instante de la vida. Incluso en el Mishkán, en el lugar más Sagrado de la Tierra, en la réplica del Palacio Celestial, en donde el tiempo se hace eternidad, en el espacio donde reside el mismo Dios, un pequeño insecto puede dañar la Cortina. Nada es perfecto. Nada es exactamente como lo esperamos, como lo imaginamos, como lo ideamos. Las cosas no suceden sólo por haberlas escrito en la agenda. Nada es para siempre.

La vida nos atraviesa. Y casi sin avisar, nos encuentra frente al espejo sin poder comprender. Y nos decimos que no tenía por qué ser así. Que no era lo que nos habían prometido. Que no tenia por qué pasar esto. Así, ahora. Esa amistad era tan fuerte, ese vínculo tan hermoso, ese proyecto tan invencible, ese amor tan indestructible. No tenia que pasar. Las cosas parecían llamadas a ser para siempre. Pero no hay nada que no pueda salvarse de un agujero en la cortina.

Pedimos y esperamos cada año, por un año bueno y un mundo mejor. Pero el año, no será fácil. Nace con muchas marcas de desgaste en sus Cortinas. Los efectos de la cuarentena, la post-pandemia, el lento y complejo retorno a nuestras rutinas. La virtualidad que llegó para quedarse parecía traer un sinfín de beneficios, hasta que descubrimos tanto de lo que nos arrebataba. La nueva grieta entre vacunados y no vacunados. Salimos de una crisis económica para ingresar en una nueva. De un desacuerdo a otro desacuerdo. La desigualdad, la falta de oportunidades y el nuevo mapa cultural que todo eso arrastra. La falta de liderazgos claros, la ausencia de representatividad, la carencia de visión política. El resurgimiento de viejos fanatismos, y la profundización de nuevas xenofobias.

Agujeros en la Cortina. Las cosas no suceden o no salen necesariamente como lo planeábamos. El trabajo, la casa, la pareja, los hijos, los padres, los amigos, el proyecto de país, la salud del cuerpo o la del espíritu. Esas cosas que trae la vida, o todas esas otras que se lleva el tiempo. Las Cortinas de la vida pueden tener varios agujeros. Pero hay una cosa que nos susurran desde los siglos. Un trabajo sagrado: aprender a rasgar, para reparar.

Rasgar para reparar exige coraje espiritual. Rasgar implica abrir la herida. Involucrarse en lo que duele. Rasgar supone destrabar, desanudar, abrir e ingresar en lo quebrado. Asume que aquellas cosas más sagradas también pueden deteriorarse. Incluye el temor a salir lastimado. Cuando perdemos a un ser querido, la tradición judía nos llama a rasgar nuestras vestiduras. Las ropas hablan desde afuera acerca de cómo nuestro alma está rasgada allí dentro. Por mejor trabajo que hagamos al reparar esas ropas rasgadas, siempre quedará una marca. Lo mismo sucede en un alma quebrada. Rasgada por dentro, hay una marca que quedará por siempre. Pero somos nosotros quienes decidimos qué tipo de marca será. Podemos elegir una marca que hable del dolor, o de todo lo vivido. De lo que ya no volverá a ser, o de todo lo que puede cambiar y llegar a ser. Rasgamos para reparar lo quebrado. Rasgamos desde el coraje de soñar con que podremos reparar y disfrutar otra vez, de la belleza de nuestras Cortinas Sagradas.

Amigos queridos. Amigos todos.

Rasgar incluye involucrarse, hacerse parte de lo roto, y abrir caminos a la reparación. Por eso es uno de los trabajos sagrados. La Cortina puede estar algo dañada. El trabajo no será fácil. Rasgar para reparar nos hace dejar de preguntar qué esperamos de la vida, para empezar a responder qué es lo que la vida espera de nosotros. Empezar a construir dentro de casa, una nueva vez, como aquella vez, un hermoso Mishkán.

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