El «Viejo País» de Goussainville: el pueblo de París que se resiste al olvido
Goussainville (Francia), 27 ago (EFE).- A escasos quince kilómetros de París, un pequeño pueblo se resiste a caer en el olvido medio siglo después de la construcción del Aeropuerto Charles de Gaulle, proyecto que llevó a un millar de vecinos a abandonar sus casas ante las presiones de la administración francesa para demolerlas.
La evolución que experimentaron otras ciudades de la periferia parisina en los 70 nada tiene que ver con la historia reciente del «Viejo País» (Vieux-Pays) de Goussainville, llamado así por oposición al nuevo pueblo construido a unos pocos kilómetros.
El «viejo» es una población formada por edificaciones de cal y piedra que, según el proyecto inicial del aeropuerto, ya no tendría que existir.
Pero los habitantes de esta aldea encontraron en la iglesia de Saint-Pierre-Saint-Paul, monumento histórico desde 1913, la solución para evitar la destrucción de sus viviendas, recuerda a EFE el presidente honorífico de la asociación para la defensa del pueblo, Philippe Vieilliard.
No todas las casas tuvieron esa suerte. Se demolieron las que estaban a más de 500 metros de la iglesia, y las que había comprado el Estado no pudieron ser revendidas ni habitadas, lo que llevó con el paso del tiempo al deterioro de la población.
IMAGEN DE ABANDONO
La imagen que presenta este pueblo contrasta con lo que fue hace más de medio siglo. Entonces había más de mil habitantes, ahora apenas trescientos.
En la actualidad, el «Viejo País» de Goussainville es testigo de turistas con cámara que buscan un paisaje inhabitual -decadente y peculiar-. Pero también de okupas, grafiteros y drogadictos.
El único negocio que sobrevive es una librería de obras antiguas y de segunda mano fundada en 1997 -mucho después del abandono del pueblo- que resiste a los envites de la despoblación con más de setecientos metros de estanterías.
El antiguo bar, la carnicería y una tienda de ultramarinos forman parte de la memoria de los antiguos vecinos como Pierre Murillo, que llegó al pueblo en 1968, seis años antes que el aeropuerto.
«En el pasado, el «Viejo País» de Goussainville era un pueblo pequeño pero agradable y muy vivo. Todo el mundo se conocía», admite con resignación este octogenario, hijo de padres republicanos españoles que se exiliaron en Francia.
Murillo recuerda cómo el personal del aeropuerto los persuadía con «mentiras» para que abandonaran sus casas. «Nos dijeron que iban a tirar los residuos de queroseno sobre el pueblo (…) Mucha gente se lo creyó y por eso vendieron sus casas».
La empresa concesionaria del aeropuerto (ADP) terminó por revender por un simbólico euro al Ayuntamiento las casas que había adquirido, ya que no pudieron cumplir con su plan de derribo.
Los cinco kilómetros que separan la aldea de las pistas de despegue hace que cada cinco minutos un avión sobrevuele los tejados a solo 450 metros de altura.
«La vida era difícil en la década de 1970, cuando los aviones hacían el doble de ruido que ahora», reconoce Vieilliard, cuya familia se instaló aquí en el siglo XIX. Algunos, como Murillo, tuvieron que instalar dobles ventanas en sus casas para combatir este sonido ensordecedor.
Entonces, el estruendo de las aeronaves impedía hablar en la calle o mantener una conversación por teléfono. Con el paso del tiempo el ruido se redujo gracias al desarrollo de motores más sostenibles.
¿UN NUEVO PROYECTO PARA EL PUEBLO?
En los últimos años, una nueva oleada de inmigrantes europeos y africanos en busca de precios económicos han encontrado en esta aldea un espacio para asentarse y crear una nueva vida apartada de la ciudad.
El Ayuntamiento de Goussainville confirmó a EFE que trabaja en un proyecto para rehabilitar la iglesia -mezcla de estilo románico y renacentista-; la escuela; algunas viviendas destartaladas; la iluminación; y el transporte.
Además, el nuevo alcalde, Abdelaziz Hamida, quiere crear un mercado de agricultores locales y convertir la emblemática residencia burguesa, antiguo castillo de Goussainville -ahora en ruinas- en un centro cultural y de conferencias.
Pero algunos vecinos de siempre, como Murillo, se muestran escépticos con este proyecto, pues durante décadas han visto cómo el desinterés se ha apoderado del pueblo: «Es un tema tabú para todos los alcaldes», apunta.
La aldea «es una patata caliente», coincide Vieilliard, que lucha desde su asociación para cambiar la imagen de «pueblo fantasma» que no ha jugado a su favor en los tratos con la Administración.
«Hasta ahora el Ayuntamiento ha limpiado un poco mejor las calles e incluso ha instalado una segunda campana en la iglesia. Eso es una pequeña señal, pero tiene que empezar más fuerte», sentencia Vieilliard, sacristán de la iglesia, símbolo de la resistencia de este pueblo.
Mario García Sánchez