Llegan refuerzos para el western gay

Benedict Cumberbatch en "The Power of the Dog" de Jane Campion (Imagen cedida por Netflix)
Benedict Cumberbatch en «The Power of the Dog» de Jane Campion (Imagen cedida por Netflix)

Con “El poder del perro” dirigida por la aclamada Jane Campion (“El piano”), llega no solo el talento de una artista mayor sino también otra rueda a la mirada sobre el Oeste americano, el western en el cine, muy diferente a la épica y a la poética de maestros como John Ford y Howard Hawks. Grandes cielos y espacios, sí, pero también lo que sucede en el interior de los personajes y dentro de las casas.

La propuesta del género hipnotizó y sedujo a millones de personas. Sigue haciéndolo: la muerte de Halyna Hutchins, fotógrafa del film trágico y trunco por una bala que salió del revólver accionado por el director y actor principal de “Rust“, Alec Baldwin , iba a ser un western. Caballos, polvo, cuero, arreos, robos, sombreros orlados de sudor. Pasará a la historia por otras razones.

Los films del Oeste abarcan modos y sensibilidades. Hay un universo sensual en la ropa, las botas polvorientas, el saloon, el baño en la tinaja de madera para sacarse las fatigas y consecuencias. Los duelos: “OK Corral” (Wyatt Earp y Doc Hollyday se enfrentan a bandidos despiadados), Gary Cooper y Burt Lancaster en “Veracruz”, Cooper otra vez solo y heroico en “High Noon”, “A la hora señalada”, con la música patrimonial de Dimitri Tiomkin. Mucho, adorable, emocionante. Todo un proceso cultural y artístico que se preserva y recrea en el ámbito que llamamos Occidente.

En una pequeña carpa, un gran amor

A patadas en la puerta entró en la cosmogonía western “Secreto en la montaña”, estrenada en 2006 con dirección de un todoterreno de alta gama, Ang Lee. Con el film, Oscar y León de Oro, más el curioso premio de MTV al mejor beso. Las del Oeste llegaron entonces a la homosexualidad y se rompió, no diría un tabú -ni siquiera estaba en la baraja de sus gloriosos lugares comunes para felicidad de los humanos-, pero, y cómo, la película rompió muchas reglas no escritas. ¿Presentidas? Puede ser. Empezaba por todo lo alto a abordar una cuestión que integra el panal donde habita la especie desde la campana de largada.

“Secreto en la montaña” se estrenó en el 2006
“Secreto en la montaña” se estrenó en el 2006

No se trataba de una muestra de la cultura gay de la misma manera en que se expresa como único tema en festivales con ese fin, que hay varios, sino de una irrupción con arte explosivo y calculada para aumentar el mercado sin dejar la legitimidad de origen: el relato de Annie Proulx publicada en The New Yorker. Una escritora con buena cantidad de obra en gran medida vinculada a su vida en zonas rurales, miembro de la Academia de Letras y Artes de los Estados Unidos. Quiso la suerte misteriosa que un día fui invitado a la Embajada, como suele decirse, para tomar un café con la gente de prensa, otros periodistas y la visitante ilustre, Annie Proulx, como parte de la promoción del film recién estrenado. De pelo muy corto y traje, simpática y hospitalaria, contó la razón de su relato que da sustento a “Secreto en la montaña”, donde dos cow boys profesionales y actuales consiguen contrato para cuidar hacienda con sus caballos en terreno bravo. Acampan, hacen su tienda, la relación se hace sexual y explícita.

El perro

Llegan refuerzos. Con la novela de culto “El poder del perro”, publicada en 1967 -no alcanzó a vender mil ejemplares, pero hubo cinco intentos de hacerla cine-, llegan tropas para el western gay, nueva estela estética y política del inabarcable género. Viene con garantía de origen: la directora Campion, las actuaciones de Benedict Cumberbatch (hizo la serie “Sherlock” con el chiste malicioso de siempre: Sherlock y el doctor Winston son algo más que amigos), Jesse Plemont y Kirsten Dunst. Dos hermanos tienen y manejan una gran estancia, un rancho con miles de cabezas de ganado. Uno de ellos es despótico, brusco, arbitrario. El otro es tolerante, afable y se casa con una linda prostituta del pueblo. Los hermanos han compartido dos camas en el mismo cuarto desde chicos.

Con la presencia de la mujer y su hijo afectado y adolescente, la ira, los celos y un acoso de odio hacia la que entiende como intrusa llegan a una intensidad imposible. Hacia ella y hacia el muchacho que, sin embargo, parece admirar a su mortificador.

La cineasta neozelandesa Jane Campion posa con su premio, el León de Plata, por mejor dirección por la película "El poder del perro", en el Festival de Venecia (REUTERS/Yara Nardi)
La cineasta neozelandesa Jane Campion posa con su premio, el León de Plata, por mejor dirección por la película «El poder del perro», en el Festival de Venecia (REUTERS/Yara Nardi)

Narra lo que se propone decir entre cielos y bosta: se trata de la sobredosis de masculinidad escénica que oculta una homosexualidad reprimida. Lo definen como la “masculinidad tóxica“ que motoriza el deseo comprimido. Y aunque un buen número de los intervinientes anda mal a caballo -nada es perfecto-, la obra se cuenta de tal manera que las llanuras, el aire puro coexisten con la asfixia que desarrolla una tragedia griega con Dios manda.

Aunque “Secreto en la montaña” abrió el juego, “El poder del perro” -diferente y parecida- es muy de firma, muy de estilo, muy de autor. Diferentes y parecidas: La novela de Savage tiene que ver con la vida del escritor quien dejó su matrimonio y sus hijos para vivir con un hombre con regreso a la situación anterior. Todo funciona con un aire familiar en torno a ideas y convicciones. Está clarísimo. Las similitudes están, aunque a mi juicio “Secreto…” desbarra hacia el melodrama, lo vuelve previsible y cursi. Con Jane Campion se preserva la atmósfera, pero nada que ver con épica ni poética. Enfoca hacia la potencia de una artista de valor en la corriente del feminismo con su trayectoria histórica, pero ahora como una revolución entre los movimientos que inauguran el siglo XXl.

No sobraría que –tiene derecho a hacerlo- va directo a una homosexualidad masculina camuflada con machismo sobreactuado. Aporta al cine aunque ¿qué pasa con aquellos que son comprensivos, comparten los días con sus parejas únicas o aún solos, no vociferan, no huelen a hiena, no insultan, no abusan, no extorsiones, no imponen?

Porque ahora es la masculinidad tóxica, muy bien, pero puede extenderse a toda masculinidad. ¿Qué hará entonces sin brújula ni abrigo, errante, la patrulla perdida de los heterosexuales?

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