Quedarse o irse, el dilema que enfrentan los últimos sijs de Afganistán
Gurnam Singh, responsable del principal templo sij de Kabul, recorre con la vista la inmensa sala que acogía antaño a centenares de fieles. Ahora, solo hay un puñado de personas rezando. «Todo el mundo ama a este país, somos afganos, es nuestra patria. Pero nos vamos por desesperación».
Descalzos sobre un suelo cubierto de alfombras rojas, los fieles llegan a cuentagotas. Las mujeres de un lado, los hombres del otro, cada grupo se calienta en torno a una estufa de maderos y escucha fragmentos del Guru Granth Sahib, el libro santo sij
A principios de noviembre, el gurdwara (templo, ndlr) Karte Parwan poseía aún tres ejemplares del libro santo. Pero dos de ellos han sido llevados a Delhi para ser puestos «a salvo».
La comunidad sij de Afganistán, que en los años 1970 contaba al menos con 150.000 miembros, está desapareciendo poco a poco.
Cuarenta años de guerras, de pobreza y de discriminaciones han provocado su éxodo. Tras la llegada de los talibanes al poder, a mediados de agosto, cerca de un centenar optaron por el exilio. Según Gurnam Singh, hoy apenas quedan 140 en todo el país, la mayoría en Kabul y algunas decenas en Jalalabad (este).
Manmohan Singh, de 60 años, un respetado veterano de la comunidad, hace visitar el gurdwara. Muestra la cocina compartida, los apartamentos donde están alojadas varias familias.
«La alegría o la pena que sentíamos, la compartíamos aquí. Primero construimos el gurdwara, luego las edificaciones alrededor, luego la escuela. Yo también he estudiado aquí» relata Singh
«Cuando este gurdwara fue construido hace 60 años, todo el barrio pertenecía a los sijs. No había un solo musulmán aquí».
Hoy, las medidas de seguridad son drásticas pues varios ataques se han producido en los últimos años contra los sijs, miembros de una religión hinduista que cuenta con 25 millones de fieles, sobre todo presentes en el Punyab, en el noroeste de India.
A principios de octubre, hombres armados ingresaron por la fuerza al gurdwara y vandalizaron el lugar.
– ¿Ir adonde? –
Manjit Singh, de 40 años, forma parte de los que han decidido quedarse. Como varios sijs, tiene una tiendita de productos farmacéuticos y medicinales.
El negocio va mal, más a causa de la crisis económica que a las malas relaciones con los talibanes o los demás afganos.
Así, en su barrio de Shor Bazar, al sur de Kabul, «apenas quedan dos o tres familias, los demás se han ido».
El año pasado, su hija se casó con otro sij afgano, y luego emigró a Delhi. India ha ofrecido su ayuda a los sijs, facilitando su instalación, pero sin otorgarles la nacionalidad.
Manjit Singh se ha quedado. «Irse ¿para ir adonde? No a India. ¿Qué haría yo en India? No hay trabajo ni tengo casa ahí».
Antes, Shor Bazar era una emblemático lugar sij. Queda una calle, «Hindu Street», donde se halla el más antiguo gurdwara de Kabul, de «casi 400 o 500 años» según Manjit Singh.
«Antes, mucha gente vivía aquí», asegura, con nostalgia
– «Demasiada pobreza» –
«Antes», era antes del ataque en marzo de 2020 contra otro gurdwara de Shor Bazar. El ataque, llevado a cabo por varios hombres y reivindicado por el EI-K, la rama afgana del grupo Estado Islámico, había durado seis horas en plena jornada de oración.
Un total de 25 personas murieron, entre ellas la hermana de Paramjeet Kaur. Esta madre de 30 años, con tres hijos, había recibido una esquirla en el ojo izquierdo. Como muchos otros después de este ataque abandonó temporalmente el país, con destino a India.
Pero en la capital india «no teníamos trabajo y todo era caro, entonces volvimos» cuenta Paramjeet Kaur. Aquello ocurrió en julio, algunas semanas antes del retorno al poder de los talibanes.
Desde entonces, Paramjeet y su familia son alojados y alimentados en el gurdwara Karte Parwan. Su vivienda, una habitación de muros desnudos y 20 m2, cuenta solamente con una estufa, una enorme pantalla de televisión y literas colocadas al pie de las paredes.
Los niños no van al colegio, y Paramjeet Kaur no sale del templo, único lugar donde se siente segura. Y sueña con volver a irse, esta vez a Estados Unidos o Canadá.
«Hay demasiada pobreza aquí. Mis hijos son aún pequeños, si nos vamos podremos hacer algo con nuestras vidas».
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