Tal vez 2022 no sea tan malo después de todo

Operadores trabajan en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, en Buenos Aires, Argentina, el 26 de febrero de 2020. REUTERS/Agustin Marcarian
Operadores trabajan en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, en Buenos Aires, Argentina, el 26 de febrero de 2020. REUTERS/Agustin Marcarian

Repasando el año 2021 que nos ha tocado vivir, otro año más azotado por el flagelo del coronavirus a nivel global combinado con la nunca ausente incertidumbre a nivel local, la pregunta que nos hacemos todos es cuán optimistas nos podemos permitir ser frente a los desafiantes -siendo generosos en la calificación- momentos que se vienen.

Si uno mira para atrás, se hace difícil sentirse esperanzado, a pesar de que, como todos ya sabemos, la esperanza es lo último que se pierde. De esta esperanza hay, sin embargo, ciertos rayos en el horizonte, de los que nos ocuparemos oportunamente.

El efecto rebote que produjo la reapertura de la economía, después de los largos meses de confinamiento provocados por el coronavirus y la mala praxis oficial, nos va a dejar un crecimiento de la economía de aproximadamente 10% para 2021. Pero tamaño número debería ser visto como lo que es, un rebote, y muy lejos de representar el primer paso de un nuevo y más largo proceso virtuoso de crecimiento (para 2022, el REM estima una tasa de crecimiento de 2,5%). Cualquier otra cosa que se diga es solo relato, aun cuando sea un discurso pronunciado desde la ingenuidad y no desde el cinismo.

Argentina está hoy a la deriva por diseño. No tiene plan económico y el gobierno se ha asegurado que no haya uno. El plan es precisamente no tenerlo, lo que le permite a la actual administración navegar en un mar de ambigüedades. Ambigüedades que quizás se terminen antes de fin de marzo, cuando tal vez, y solo tal vez, el FMI fuerce al gobierno argentino a presentar una hoja de ruta de cara a los dos próximos años. Lo que en un alarde de eufemismo se ha decidido llamar plan plurianual. Un plan plurianual que si existe parece estar guardado bajo siete llaves.

Por ahora, el gobierno resiste con su receta populista de dólar atrasado, tasas de interés reales negativas, tarifas congeladas -un ejemplo rápido: el boleto de colectivo en el AMBA vale 0,13 centavos de dólar contra 0,85 en San Pablo, 0,98 en Santiago, y 1,03 en Montevideo-, acuerdos de precios ineficaces -¿alguien se acuerda de los Precios Cuidados?-, y una altísima inflación -arriba de 50% este 2021-, coronada con una enorme emisión monetaria que hace las veces de puente ante el fuerte desajuste entre ingresos y egresos fiscales.

En el primer trimestre de 2022 el factor clave va a ser la negociación con el FMI. Foto: REUTERS
En el primer trimestre de 2022 el factor clave va a ser la negociación con el FMI. Foto: REUTERS

Pero los desequilibrios se agravan día a día, todo en un escenario donde las reservas netas del Banco Central ya se encuentran en terreno muy resbaladizo y con un cepo cambiario que impulsa una brecha del 100% entre el dólar oficial y el paralelo. Por ahora la estrategia es resistir como sea cualquier baja del gasto público, forzando la marcha, tanto emitiendo billetes -que nadie quiere, salvo para transaccionar- y generando una altísima inflación, como cobrando más y más impuestos.

El show de fin de año en el Congreso, con la nueva y cuasi confiscatoria suba de las alícuotas del impuesto sobre los bienes personales y la discusión sobre incrementos de los impuestos a los ingresos brutos y a la herencia, deja al descubierto la falta de imaginación del gobierno para combatir un déficit estructural. ¿Alguna vez se les va a caer una idea? El resultado inmediato va a ser un aumento en la informalidad, una aceleración en la huida del país de muchos contribuyentes importantes, y un estancamiento en el nivel de actividad para 2022, que ya se puede percibir.

Para aquellos que no se han sentado a razonar el efecto vicioso del aumento en el impuesto a los bienes personales, el mismo destruye patrimonios, al gravar el stock de capital acumulado en el tiempo, proveniente de ganancias que ya pagaron sus respectivos impuestos. Cuanto menos es una doble imposición, sino directamente una confiscación. ¿Quién se quedará invirtiendo en un país con ese tipo de estructura impositiva? Lamentablemente, sólo los que estamos condenados a quedarnos aquí. Muchos otros países del mundo entienden bien la ecuación y se preocupan de atraer precisamente a toda esa gente que nosotros estamos expulsando.

Esto debe decirse: a quienes se está invitando a retirarse es a aquellos que mueven la rueda de la economía y, por lo tanto, son irreemplazables. El sector público en general no está – y menos aún el sector público argentino en particular- en condiciones, por muchas razones, de ocupar ese lugar. Y no lo estará nunca. Bajo su liderazgo nuestro destino es de mayor pobreza, sin dudas.

Todo esto desarrollado en una coyuntura donde no hay financiamiento externo de ningún tipo, -la reestructuración de la deuda fue un fracaso-, y donde tenemos que lidiar con un sistema financiero local raquítico que, en vez de prestarle al sector privado local, termina financiando al Tesoro o comprando las letras emitidas por el Banco Central. Precisamente las mismas letras de las que se quejaba Alberto Fernández porque pagaban un interés altísimo en pesos, problema que él se iba a encargar de solucionar -dijo entonces-, para así destinar esos recursos a los jubilados. Nada de eso sucedió.

Es frustrante leer tan largo listado de cosas que no funcionan, pero a veces es necesario recordar el hoyo en el que estamos metidos y cuánta fuerza de espíritu hace falta para salir de él antes de hacer el intento. Todo esto en un contexto de desconfianza generalizada, falta de previsibilidad, y un marco jurídico cuanto menos endeble.

Recordemos también que, desde hace mucho tiempo, Argentina tiene una tasa de inversión tan baja que hace que los bienes de capital que se pierden por el paso natural del tiempo no logren reponerse, por lo que el stock sigue bajando. Obviamente esto dificulta las posibilidades de crecimiento de la economía y afecta su productividad. Argentina tuvo una gran mejora de su infraestructura en los años ‘90, pero desde entonces la caída ha sido continua. Hoy las carencias en la materia son elocuentes y están a la vista de todos.

En los últimos 50 años, desde los años ‘70 a esta parte, la pobreza escaló de poco menos del 6% a más de 40,6% en el tercer trimestre del 2021
En los últimos 50 años, desde los años ‘70 a esta parte, la pobreza escaló de poco menos del 6% a más de 40,6% en el tercer trimestre del 2021

Mal que nos pese, la decadencia argentina se ha vuelto crónica, más allá de que haya ciertos sectores o actividades, -por ejemplo, el campo, o el sector de la economía del conocimiento-, que soportan con hidalguía el vapuleo constante de quienes nos gobiernan. Esa decadencia ha hecho que desde el retorno a la democracia en 1983 la economía haya crecido al 1.6% anual, (poco más que el ritmo de crecimiento poblacional), inferior al de todos los países de América Latina, excepto Venezuela. Esa decadencia también ha hecho que, en los últimos 50 años, desde los años ‘70 a esta parte, la pobreza haya escalado de poco menos del 6% a más de 40,6% en el tercer trimestre del 2021. La indigencia, o pobreza extrema, en ese mismo momento alcanzó 0,4%. Cambio impactante por sí solo, pero que se vuelve más impactante aun cuando se lo compara con lo que ha sucedió con el resto del mundo en igual periodo.

En verdad que algo muy malo debemos haber hecho, si consideramos que la pobreza en el mundo disminuyó dramáticamente en el mismo lapso. La pobreza extrema global -que incluye a aquellos que ganan menos de USD1,90 por día- estaba en niveles del 40% a principios de los años ‘70, según el Banco Mundial. Prepandemia, o sea hace poco menos de 2 años, este número se había reducido a niveles inferiores al 7%, para volver a superar 9% en 2020.

Mirando estas estadísticas, no podemos estar orgullosos de nuestros logros. Y sí deberíamos estar conscientes de nuestro retroceso, el que nuestra política se ocupa de minimizar, sino ocultar. Está bien a la vista la magnitud del fracaso de nuestra dirigencia, que nos ha llevado sin escalas y en solo medio siglo de país rico a país pobre, y, lo que es peor, a contramano del mundo. Solo el África subsahariana tiene hoy peores índices comparados con los de entonces.

El índice GINI, que mide los niveles de desigualdad, muestra también un retroceso parecido. El país tuvo su mejor índice de equidad en 1980 y hoy vuelve a mostrar niveles muy preocupantes, aunque sin volver todavía a los niveles de 2002. Pero solo en poco más de un año, entre 2019 y 2021, la diferencia de ingresos entre el 10% que más gana y el 10% que menos lo hace pasó de 16 a 19 veces. Esto en un marco donde el país ocupa el puesto 81 del ranking, sobre 86, en productividad, la que está clavada en el mismo lugar desde el año 2000.

El deterioro no es solo económico. Con un estado cada vez más grande y cada vez menos eficiente, y que ha subido en más de 20 puntos su participación en el PBI en poco más de 10 años, tenemos los peores servicios públicos posibles. A veces la gratuidad no es todo.

Mientras tanto, entre tanta marginalidad y pobreza, asoman también otros flagelos como el de la inseguridad y el narcotráfico, con un aumento de la violencia y un avance de los narcos, que nos deja a las puertas de situaciones como las que se viven en México. Inseguridad rampante. Estado ausente.

Qué decir de los sistemas de salud, los que funcionan muy mal, con una oferta insuficiente en cuanto a servicios e infraestructura y acceso a medicamentos. Las prepagas, y unas pocas obras sociales, que han logrado funcionar de manera más o menos normal, sufren el hostigamiento permanente de la política, en apariencia más interesada en quebrarlas que otra cosa. Es cierto, un personal de salud capacitado y trabajador -tanto en la salud pública como en la privada- ayuda a balancear los desequilibrios y debilidades del sistema. ¿Pero por cuánto tiempo?

De la educación mejor ni hablar. La educación argentina no nos prepara hoy para los empleos del presente, menos aún para los del futuro. La calidad educativa está en franco deterioro y las pruebas Pisa -con resultados recién publicados- son una muestra elocuente de nuestro retroceso en los rankings. A nivel regional solo logramos superar a Perú, Panamá y República Dominicana; ¿adónde quedaron los sueños de Sarmiento?

El presupuesto dedicado a educación no es el único problema. Los sindicatos docentes son sobre todo un palo en la rueda, y esto es algo que todos los padres sabemos. Cada vez hay menos maestros enseñando y cada vez más maestros a cargo de tareas administrativas o directivas, mientras que los que están en el aula tampoco están bien preparados. Entretanto, en vez de apuntalar la educación primaria y secundaria, el estado se ocupa de crear universidades oficiales en cada barrio de cada ciudad más o menos importante. Qué estudios se ofrecen o si estos son de calidad o no, es lo de menos. A eso le llaman dar oportunidades.

Los temas de agenda aquí, cuando se los compara con otros en otros lados, nos marcan la diferencia. Está claro que este impulso a la insularidad no nos ayuda, enfrascados como estamos en mantener y estrechar lazos con países autocráticos, algunos ricos y muchos pobres. La tecnología ocupa un lugar central en los países centrales. Allí son conscientes que estamos saltando -por ejemplo- de la era de la informática a la de la genética. Aquí seguimos todavía coqueteando con los comienzos de la revolución industrial. Mutación genética es un tema casi de sobremesa en muchos capitales del mundo. Hoy ya hay centros de salud en algunos países donde a uno le permiten elegir el sexo de su hijo. Y no es ciencia ficción. También por allí se discuten temas como la carrera espacial, liderada por dos pesos pesados como Elon Musk (SpaceX) y Jeff Bezos (Blue Origin), y la humanidad como sociedad interplanetaria. Es que se están permitiendo pensar en el mundo a 100 años. Aquí no tenemos ese lujo y seguimos hundidos en el pasado que nos proponen las nuevas generaciones del sindicalismo como es el caso de Pablo Moyano. En 10 o 15 años ya no van a quedar camiones con conductores humanos en los países centrales. Ya no hay cobradores en los peajes. ¿Cuánto tiempo va a pasar antes de que aquí nos suceda lo mismo? Y no es que el desempleo haya subido como consecuencia de estos cambios. Solo que ahora los hay de otro tipo. Problemáticas en las que gente como el educador Roberto Baradel seguramente no está pensando. Y perdón con esto de hacer nombres propios, es casi injusto considerado que las culpas son más colectivas que otra cosa.

Un grupo de personas hace fila en busca de un empleo hoy martes, en Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni
Un grupo de personas hace fila en busca de un empleo hoy martes, en Buenos Aires (Argentina). EFE/Juan Ignacio Roncoroni

Por otro lado, existe una gran crisis de representación política. Nuestra dirigencia no nos representa a nosotros sino a sí mismos. Defiende intereses propios y sufre de un ombliguismo que hace que piense solo en las agendas individuales. Como muestras coyunturales vale observar cómo, sin un gramo de vergüenza, han tirado abajo la ley que prohibía la reelección de los intendentes en la provincia de Buenos Aires, con oficialistas y muchos de los opositores haciendo un frente común. O el consenso fiscal, donde casi sin excepciones, todos los gobernadores, sin importar el color, coincidieron en seguir subiendo impuestos.

¿Alguien piensa alguna vez en los trabajadores del sector privado, que son los que le ponen el pecho a las balas y hacen crecer a la economía? De 22 millones de población económicamente activa, sobre una población total de 45 millones, menos de 6 millones son los registrados formalmente en el sector privado, número que ya lleva casi 15 años sin moverse. Sobre ellos recae la mayor parte del esfuerzo impositivo. Demasiado pocos como para llevar sobre sus espaldas la responsabilidad de hacer crecer a toda la economía.

Mientras tanto, la aparición de ciertas expresiones libertarias y tal vez políticamente incorrectas debe ser vista como positiva, en el sentido de que ayuda a mover la agenda de temas en una dirección menos culposa y más propia de sociedades que funcionan “¿normalmente?”, aun en un sistema imperfecto como es la democracia.

Nuestra clase política parece haberse resignado a no saber cómo hacer crecer la economía, no le encontró la vuelta en 50 años y ahora parece contentarse con administrar pobreza mientras juega con slogans tales como que “detrás de toda necesidad siempre hay un derecho”. Como los recursos escasean, y son cada vez menos, parecen satisfechos con la idea de igualar para abajo, haciendo de la inflación su principal herramienta. Todos nosotros cada vez más pobres, cada vez más ignorantes, pero ellos siempre a cargo -aun en el desastre- desde una posición de dominio. Una sociedad rica, educada y libre pensante es mucho más difícil de manejar.

Hay una incipiente presión popular, que tal vez pueda ganar más espacio en el próximo tiempo, para que la dirigencia política remoce su discurso. Necesitamos como país volver a escuchar que el mérito importa -hoy escuchamos a varios de nuestros dirigentes denostar abiertamente el concepto de meritocracia-, que esforzarse está bien, que la ética laboral es importante, que superarse no es privilegio de unos pocos afortunados sino de todos. Y entender que austeridad y eficiencia son dos palabras que no solo existen para estar en el diccionario. Un discurso nada vanguardista, solo que más alejado del que ha primado todos estos años, el del derecho al regalo.

La desilusión y el hartazgo del ciudadano de a pie con la clase política, la lejanía del político con la gente, bien podría forzar a que cambien no solo su discurso pro populista y demagógico sino también su accionar. La agenda de cara al 2023 podría sufrir modificaciones para bien, hasta incluso con crecientes apoyos dentro del hoy oficialismo, sentando las bases para un cambio importante de expectativas. Argentina podría volver a ser un país ¨normal¨. Claro, si ese cambio finalmente se produce, habrá que ver luego si logra mantenerse en el tiempo.

¿Que esperar de los mercados en 2022?

Una parada difícil. El primer trimestre será crucial en la medida en que el gobierno va a tener que decidir si acuerda con el FMI y en qué condiciones lo hace. Más allá de que se hable de la posibilidad de un plan ¨light¨, lo más probable es que el Fondo insista con ciertas premisas de ordenamiento, tanto en lo monetario como en lo fiscal. Seguramente pida reconstituir reservas -hoy las reservas netas son 2200 millones de dólares, aproximadamente-, lo que en la práctica solo se puede lograr devaluando. Y muy posiblemente pida también que se ataquen de manera coordinada el déficit fiscal y la inflación, problemáticas altamente correlacionadas. Estimaciones privadas, como las del estudio EcoGo de Marina Dall Poggetto, hablan de una inflación de 63,2% para el 2022, si hay acuerdo con el Fondo, y de 73,7% si no lo hay.

Nuestra opinión es que con la lengua fuera, y bien sobre el final, más bien rozando el día D del 22 de marzo, finalmente se llegará a un entendimiento respecto de la deuda a reestructurar por 45 mil millones de dólares. En este marco, y en una época estacionalmente floja de liquidación de exportaciones, el exceso de pesos seguramente pondrá presión sobre el mercado libre de cambios desde los albores del año.

Por ende, nuestra sugerencia es que todos aquellos que no estén obligados a tener pesos trabajen con sus carteras dolarizadas. Incluso el fin de 2021 -y por una cuestión que creemos estacional- ofreció una buena oportunidad de compra del ¨greenback¨. Para los que pueden incursionar en el dólar futuro, tasas implícitas a tres/cuatro meses apenas por encima del 50% parecen atractivas.

Los activos argentinos podrían ser ajenos al golpe que promete un endurecimiento de las políticas monetarias en los países centrales, dado el castigo que ya sufrieron. Foto: EFE
Los activos argentinos podrían ser ajenos al golpe que promete un endurecimiento de las políticas monetarias en los países centrales, dado el castigo que ya sufrieron. Foto: EFE

Para los institucionales que están atrapados en el infinito mercado de pesos, y a sabiendas de que las tasas de interés reales son negativas –la tasa de referencia de plazos fijos Badlar sigue clavada en el orden del 34% con una inflación de +50%-, nuestra recomendación de cara a estos tres primeros meses es posicionarse en bonos ajustables por inflación. Dentro de este universo de instrumentos, preferimos la parte corta de la curva ya que, como adelantó el FMI, un potencial acuerdo incluiría la exigencia de tener una tasa real positiva en la economía. Nos encantaría poder hacer un pronóstico para todo el año respecto de las colocaciones en pesos, pero en un país como el nuestro eso es poco menos que ciencia ficción.

De cara a las elecciones presidenciales de 2023, que se cierre un acuerdo con el FMI no mejoraría mucho las cosas pero serviría al menos para que la cosa no termine de desbarrancarse. Pero más allá de eso, con una agenda muy posiblemente renovada por fuerza de las circunstancias que empuje a todos los grupos políticos -si es que quieren ser competitivos electoralmente- a un programa económico más convencional y de país normal, pensamos que dentro de los próximos 6 a 9 meses se estará abriendo una muy buena oportunidad de inversión en Argentina.

La oportunidad se ofrece como táctica y atiende a un posible cambio de ciclo, sobre todo en lo ideológico. El modelo de pobrismo/populismo financiado con inflación y asfixiantes impuestos parce haber encontrado su límite. La línea dura kirchnerista del Frente de Todos parece intuir que los vientos están cambiando y aparece preparada para replegarse sobre su núcleo duro, el conurbano bonaerense, interesada en mantener un capital político simbólico que hoy sigue encantando a tal vez un 20% del electorado.

Es en este contexto, y aun cuando Argentina optara en el extremo por no acordar con el Fondo con un desenlace que aceleraría el deterioro -pero forzando un cambio positivo aún más profundo en el mediano plazo-, nuestro activo preferido pensando a dos años vista son las acciones.

Las acciones argentinas están hoy operando aproximadamente 75% por debajo de los picos de enero de 2018. La historia nos muestra que, en situaciones de estrés como la que estamos viviendo, las acciones han superado de manera importante en rendimiento tanto a bonos denominados en dólares -soberanos y corporativos- como a los instrumentos vinculados a la inflación.

Comparando con otras situaciones similares anteriores, aun cuando es difícil saber si ya vimos los precios más bajos o si estos se van a producir durante 2022; las expectativas de retornos son de dos y hasta tres veces la inversión original en un horizonte de entre dos y tres años. La probabilidad de estar equivocados y de perder dinero se ubica, utilizando datos históricos, en aproximadamente 5%.

Este tipo de retornos se han conseguido, más allá del estrés bajo en que se encuentre la economía local, en situaciones de default de los bonos soberanos, gran devaluación del peso, o de altísima inflación incluso rayano con la hiper.

La deuda soberana en dólares, operando en la zona de los 30 centavos, y que asume una probabilidad de default de 80% de aquí a los próximos cuatro años, también nos parece muy atractiva. Respecto de los bonos argentinos corporativos en dólares, vemos muy poco ¨downside¨ a pesar del muy buen comportamiento que tuvieron en 2021, considerando las excelentes métricas de crédito y resiliencia para superar la adversidad que han mostrado los nombres más sólidos del espectro. Pensamos que el ¨upside¨ podría ser muy interesante si se dieran los potenciales cambios esperados, pero reiteramos que no serían los activos con más ¨punch¨ si se abre un mejor escenario de cara al bienio 2022/2023.

Una breve mención de los mercados internacionales. Argentina bien podría tener una muy buena performance en los próximos dos años, aun cuando la situación de liquidez global se complique. La esperada suba de tasas en Estados Unidos y otros países desarrollados debería tener un eventual impacto sobre los mercados globales de riesgo durante el 2022, pero los activos argentinos han sido tan castigados que hoy la correlación es bajísima.

Algo similar puede decirse para varios de los mercados latinoamericanos, en particular Brasil. Los mercados de acciones de América Latina han caído en el 2021 más de 20% en promedio, mientras los índices del mercado americano han subido entre el 20% y el 25%. Esto a pesar de los sostenidos precios de las materias primas y de tasas de interés en el mundo desarrollado en mínimos históricos.

La aparición de nuevos activos de alto riesgo, competidores directos de mercados emergentes, como cripto monedas o acciones tecnológicas en determinados sectores, ha hecho que la competencia por el capital de riesgo aumente obviamente afectando los retornos de nuestra región.

América Latina ha vivido un año de alta incertidumbre política al mismo tiempo que los bancos centrales de la región -en anticipación de lo que se sabe vendrá en los países desarrollados- subían agresivamente las tasas locales. Ese movimiento parece estar llegando a su fin en un momento en que las monedas de la región como el real están particularmente baratas. Y sus mercados de acciones en puntos de entrada atractivos. Como en el caso de Argentina, y más allá de las elecciones presidenciales en Brasil en el 2023 que van a actuar como un catalizador importante, los mercados de la región parecen entrar al ciclo global de tasas muy bien preparados. Si va a haber sorpresas o no, es más probable que sean gratas que otra cosa.

Este 2022 promete ser un año interesante. Si sabemos manejar las frustraciones a las que nos tienen acostumbrados la política y la economía argentina, y si tenemos cierta dosis de arrojo, lo más probable es que quienes decidamos tomar riesgo seamos debidamente recompensados.

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